
Este cuento intenta ser una herramienta para trabajar las emociones que se sienten tras la perdida. Los niños son los grandes olvidados cuando ocurre una muerte en la familia y aquí he de añadir que cualquier perdida puede tener la misma intensidad en sus emociones que otra, ninguna es más importante y por lo tanto deben ser tenidas en cuenta según lo sienta la personita afectada, da igual si es un abuelo, hermano, padre, mascota, o amigos a los que han tenido que abandonar porque la vida los lleva a otros centros escolares o a otras ciudades, por ejemplo. Cuando yo viví mi propia perdida me di cuenta de que nos habían educado para no nombrar la muerte con la naturalidad que debería tener, básicamente por formar parte inevitable de la vida. Pero como educadora además tuve en varias ocasiones la oportunidad de observar que la tristeza, la rabia, el silencio, el vacío…todo eso que sentimos cuando perdemos a alguien importante sea cual fuere, no es asumida por el adulto como sentimientos que los más pequeños también sienten y que si nosotros no sabemos en muchas ocasiones gestionar los nuestros ni que decir de ellos que los viven de manera distinta.
Es un cuento donde el lector se sentirá identificado con las emociones que sienta y que le dirige hacia la reflexión de la necesidad de los demás, del respeto, y de la recuperación de la autoestima que en muchas ocasiones se ve dañada ante una situación de pérdida.
Las ilustraciones están dirigidas en especial a los más pequeños, el texto al mayor o incluso a los adultos. Este cuento está escrito para todo el mundo, para todo aquel que tenga la necesidad de encontrar un camino para su reinvención personal hacia los mejores colores cuando todo parece haberse convertido en gris.
Muchas gracias por querer compartir esta historia tan personal y creo, con la mayor humildad, tan necesaria-